viernes, 29 de junio de 2007

Pequeñas Anécdotas pt. 1.

Hace unos días -mientras caminaba de regreso a mi hogar-, me topé con una extraviada amistad, una de las tantas relaciones cercanas que, hace ya muchos lustros, partió hacia Europa en busca de mejores horizontes. Si bien perdimos contacto durante muchos años, los reencuentros siempre fueron significativos. Veíamos, no sin cierta incredulidad, como nuestras ideas se habían ido formando a la luz de dos realidades diametralmente opuestas. Por un lado, una industrializada y estable, por el otro, una sumamente convulsionada y de identidad aún endeble.
Tomamos un café y debatimos sobre las ideas libertarias, sobre cómo ella ahora se encuentra luchando por los preceptos que, aunque tardó en encontrar, se han vuelto hoy el pilar de su vida.
Me relató sus andanzas en cada manifestación activista, ya sea defendiendo los derechos de los inmigrantes, o batallando activamente en la política de su nación adoptiva, apostando por un futuro en donde las ideas de nación y estado se vislumbran distintas a las que conocemos actualmente (fundando estas creencias en el despertar hacia el anarquismo o el activismo político masivo).

No pude evitar relacionar ésta, con otra conversación que tuve hace un par de días con otro conocido universitario. Nos encontrábamos en el tercer piso de nuestra facultad -yo, por trabajo, él cursando una maestría-, y la plática derivó en cómo las generaciones habían ido evolucionando, en cómo los estudiantes son ahora más libres, se visten como quieren, las chicas a su vez son más desenfadadas, sin tantos tapujos o represiones inconscientes (¿hechos de la globalización?, ¿consecuencias del facebook o de la masificación de las redes comunicativas?), en fin, una realidad sin miedos, o por los menos, sin los temores en los que se vieron sumergidos todos los jóvenes de la generación ochentera o de principios de los noventas en el Perú. Hablo de una época en la que lo mejor era pasar desapercibido, sin que nadie, absolutamente nadie te mirara. Un momento de nuestra historia en el que cualquier motivo podría ser causa de una leva; un pelo largo, un jean roto, etc…. Yo al menos, tengo claros los recuerdos. Escuchaba día tras día las historias de los amigos de mi hermano mayor, relacionadas a cómo al andar por la calle, lo primero que hacían los militares si es que te veían con cola de caballo era apresarte y cortarte el pelo, tuvieras o no libreta electoral, para luego -de no tener conocidos militares- convertirte a la fuerza en un miembro del ejército. En fin, una época donde la mayoría del país estaba sitiado, donde la ley y las libertades personales eran inexistentes y en donde literalmente, cualquier cosa era posible.
"Esta nueva generación" prosiguió mi camarada, "vive ahora de la libertad que nosotros les hemos otorgado, o que ganamos para ellos". Los mismo sucede con mi amiga, en su país del primer mundo. Tiene el privilegio, el lujo de poder luchar activamente dentro de una estructura sólida (obtenida a lo largo de siglos de sudor, sangre y lágimas), o si bien no tan sólida, al menos con una base que tiene las reglas del juego –conjeturo-, algo más claras que las nuestras.

Le sonreí amablemente, luego le dije…. “tienes ese privilegio”, a lo que, con una sonrisa que denotaba pura rabia, respondió; “sé que a lo que te refieres... sigo siendo peruana, carajo!...
Quizás sea así, pero me has planteado serias dudas de si es que debo largarme a estudiar fuera, o caso contrario, apostar por quedarme y practicar todo lo que tú haces allá, en el aquí y en el ahora, en el país que tantas glorias y lecciones genera cada día…